Érase una vez unos engendros…

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MargaritaMaldita sea la estampa de este puñetero santo que conmemora todo lo inalcanzable y a la vez desesperadamente ansiado del ser humano. ¿Invención de El Corte Inglés? ¡Y una mierda! El 14 de febrero lo inventó Lucifer como venganza por haber sido expulsado del paraíso. Algo así  como «si estás más solo que la una en esta fecha, los demás encima te lo restregarán por la cara» y «si has tenido la desafortunada idiotez de emparejarte ya puedes ir despiéndote de ese iPhone que tanto querías por comprar un collar de perlas que no se sacará de paseo más que una vez al año», o peor aún, «olvídate de comprar el puto collar y te quedas sin sexo por los próximos veinte años».

Así es la vida… El hombre no es que tropiece dos veces y hasta tres veces con la misma piedra, es que se enamora de ella y la mete en su cama de 90 para sufrir a gusto (que no es lo mismo que el dicho ese de «sarna con gusto no pica»). ¡Ay amigos! Trabajamos 5 días de 7, libramos 1 mes de 12, aguantamos a políticos que reciben sobres bajo manga mientras que a nosotros nos recortan sin parar (y eso que soy cirujano y a mí lo de recortar no me desagrada…) y encima somos tan idiotas de aceptar celebrar algo tan horrible como el santo del amor.

Indagando en el trasfondo de este tan macabro día cabría preguntarse lo mismo que hace tiempo se preguntó Verónica Forqué en la peli de Manuel Gómez Pereira: ¿por qué decimos amor cuando queremos decir sexo? San Valentín debería ser el día de las orgías atendiendo a sus orígenes romanos; pero por lo visto la Iglesia Católica se volvió a meter por medio (esta vez fue la facción buena) y santificó al mártir que condenaba, perdón: casaba, a las parejas cristianas. Y así se finiquitó la oportunidad de los actuales singles de echar un polvo regalando a lo sumo una caja de bombones…

Porque no lo neguemos, señores, este día es un día para los eternos adolescentes que disfrutan besuqueándose en los portales a medianoche, no para los que buscamos la perversión de una relación real. Este día es para que los matrimonios celebren sus bodas de oro (aunque el divorcio express ha conseguido que sean casi una especie en extinción), no para los que ansiamos solo los 15 días de vacaciones en la empresa por firmar una condena eterna tras la luna de miel. Este día es para los soñadores, no para los fans de este blog. Para nosotros siempre nos quedarán los resquicios de los carnavales, donde el amor es un accesorio más como las máscaras o los condones.

P.D.: Recuerden que fuera de horario de clínica puedo realizar tatuajes de corazones sangrantes para los defensores a ultranza del santo o réplicas del hombre lagarto para los partidarios de la fiesta pagana por un precio muy competitivo.

Román Tico Macarrón


Simpsons LostHay ocasiones en la vida en que uno se pregunta: ¿he entendido bien esto?

Por ejemplo el final de Lost… ¿estaban muertos? ¿en la cabeza de Jack? ¿se pasaron con la cocaína de Charlie? Pues eso ni J.J. Abrams lo sabe. También ocurre con aquello que se les pasa por la cabeza a las mujeres; y aunque no caeré en el mito de que nosotros somos de Marte y ellas de Venus, que traducido a la jerga actual sería algo así como las diferencias entre los tetes y las tetas, es cierto que un manual de las contradicciones más habituales ayudaría bastante. Para la pregunta «¿estoy gorda?» siempre tengo mi tarjeta de visita a punto, porque no hay mejor halago que una liposucción al cincuenta por ciento, pero para cuestiones del tipo «¿me quieres?» no hay una salida tan fácil.

¿Te quiero? ¿Y yo qué coño sé? Me acuesto contigo, te hago regalitos por el despreciable y cada vez más cercano día de San Valentín, me acuerdo de tu número de teléfono sin recurrir al esclavo Siri de mi iPhone, pero ¿eso es amor? Responder a esa pregunta requiere una introspección, una libreta en la que anotar los pros y los contras y, sobre todo, una buena dosis de alcohol. ¿No dicen que los borrachos nunca mienten? Pues ale, a la faena…

Cierto es que cuando una mujer te pregunta esto es porque o bien tiene una inseguridad que tan solo puede ser tratada por profesionales o bien está esperando que des el siguiente paso. Del polvo a la relación, de la relación a conocer a tus padres, de tus padres a tus tíos, de tus tíos a la abuela, de ahí a vivir juntos, matrimonio, hijos, divorcio, segundas nupcias, más hijos, intento de asesinato y, finalmente, defunción. En mi caso, no creo que llegue siquiera a la mitad de ese proceso y no será porque no me gusta decir esas dos palabras mágicas que te abren más «puertas» que un abracadabra, sino porque cuando las estás diciendo te sientes tan ridículo como mentiroso. Te quiero, sé que te quiero, en este mismo instante y en este mismo sitio, pero luego… ¿quién sabe? Un «te quiero» no es eterno, es una fórmula bonita que los hombres decimos sin parar para conseguir de vosotras lo que queremos hasta que empezáis a darnos la lata por el Whatsapp, Facebook, Twitter, etc.

¿Esto os duele? Lo siento en el alma, pero es recíproco… ¿Cómo pensáis que nos sentimos los tíos cuando os lo decimos con toda nuestra buena intención y automáticamente os transformáis en unas groupies de la peor calaña? Cuanto menos, perdidos. Pero así es la vida…

Román Tico Macarrón


Llega un momento en la vida de toda persona humana en el que tienes que enfrentarte a la terrible circunstancia de tener que superar el reconocimiento médico de la empresa. Este hecho, que ya de por sí causa el pánico en los trabajadores normales, para los que curramos en medicina es aún mucho peor porque ya sabemos lo que nos espera. “Dios, ¿cuándo me fumé el último porro? ¿Y el éxtasis líquido del viernes pasado en la discoteca? ¿Desde cuándo no me gradúo la vista? …creo que Chanquete aún seguía vivo.”

Nada más llegar a la consulta noto cómo me suben las pulsaciones por los uniformes de las enfermeras. Y es que, a diferencia de las de nuestra consulta de cirugía, estas parecen sacadas de una peli porno como prueba para ver la resistencia de los pacientes y ahorrarse el trabajo de pasar el electro. Evidentemente para las empleadas tienen al médico cachondo que las vuelve a todas anoréxicas y les obliga a ponerse en operación bikini antes de tiempo para poder desnudarse con aparente tranquilidad delante de él. No es coña, a más de una la he escuchado vomitando en el baño y saliendo con la mejor de las sonrisas.

A nosotros eso nos importa un pito y antes de que llegue la enfermera ya estamos con los pantalones bajados a ver si hay suerte y nos hacen también los análisis del líquido del amor…

Pero la cosa es seria, porque si no superas la ginkana a la que te someten, te podrían declarar inválido y pasar a formar parte de esa privilegiada clase de incapacitados que solo se dedican a seguir los partidos de la Eurocopa y explotar su hígado con los cócteles más variopintos que haya. Antes yo solía asistir divertido a este show que parecía sacado de un vídeoclip de la productora de Sonia Monroy, pero ahora que estoy enamorado y necesito el dinero para trazar un plan de seducción a largo plazo, no puedo permitirme la posibilidad de jubilarme anticipadamente debido a los desfases de mi vida. Así que intento pasar desapercibido mientras circulan el resto de mis compañeros con su retahíla de problemas: mi jefe y su adicción a las golosinas, la secretaria y su adicción al sexo, mi compañero argentino y su hermano con su adicción a la mala leche, las chicas de administración y su adicción a las malas lenguas, etc.

Eso sí, una vez superada la prueba, me echo unos lingotazos de pacharán antes de meterme al quirófano para seguir rajando a diestro y siniestro y contando los días que quedan para disfrutar de la jornada intensiva que este año, en solidaridad con todos los recortes del gobierno, no se aplicará ni siquiera todos los días de agosto. Menos mal que estoy enamorado, porque si no pensaría que la vida es una verdadera mierda.

Román Tico Macarrón


En mi grupo hay mucho vicio. Vivo rodeado de amigos solteros más salidos que el pico de una plancha, de amigas ninfómanas a las que de vez en cuando me beneficio, de compañeros de trabajo que rezuman feromonas en lugar de neuronas, y, por si esto fuera poco, ahora se ha decidido incorporar a la plantilla una becaria que se encargue de hacer la pelota a la clientela, ofreciendo con el aumento de pecho un aumento de nalgas para la puesta a punto del verano.

Pero no os engañéis, si al escuchar la palabra becaria automáticamente pensáis en Mamada Lewinsky, entonces es que habéis llegado a la misma conclusión que yo: es hora de acudir al psicólogo.

Primer error: elección de una psicóloga (en femenino). Segundo error: está más buena que el pan con nocilla. Tercer error: tumbarse en el diván, dejarse llevar (como ella dice) y que tus pantalones cobren más vidilla que tu lengua.

Superado ese pequeño (bueno, haciendo honor a la verdad, digamos que no tan pequeño) “problema”, iniciamos la sesión. Yo quiero confesarle mis pecados, mis fantasías, casi todas ellas sexuales; pero ella se empeña en hablar de mi familia, de mis aficiones, de mis frustraciones. No estoy frustrado, ¡ojalá lo estuviera! Al revés, no paro de dejarme llevar. Le cuento que este fin de semana empecé la noche viendo Eurovisión y la acabé en la cama con una representación de cada país participante. Tampoco es para echarse farolillos eh, algunas eran algo más que gambas… pero para mis perversiones van que chutan.

Después de una hora de psicoanálisis llega a la conclusión de que soy un ser completamente normal.

– ¿Está segura? –le pregunto mientras deja por un segundo de chuparme las pelotas.

– Completamente –dice ella, sonriendo, de rodillas.

Pero no estoy del todo convencido, así que le pido una segunda cita.

Esa misma noche, comentándolo con un compañero del curro (no el hijo puta argentino que me robó a la novia, sino un portugués que no da un palo al agua) me confiesa que él también cedió a los encantos de su psicóloga, pero que igual que a mí, ella le dijo que tirarse a todo un grupo de amigas y llegar a la hora que le salga del nabo al trabajo era muy propio del espíritu español.

– Oiga, por si no se ha dado cuenta, soy portugués –le dijo él.

– No, si por cómo me lo estás haciendo ya me había percatado…

Román Tico Macarrón


Después de varios fines de semana intensos y llenos de planes interesantes, que  al final acaban en la cama de algún que otro engendro presuntuoso o yendo a mi primera experiencia en una orgía, este fin de semana descanso. Por cierto, no os he contado que estuve varios días andando como si me faltará el caballo entre las piernas, si no recuerdo mal monté cual amazona unas cuantas veces, que pena, mi calvito de gran corazón no me ha llamado.

No me ha llamado, y… ¿por qué? ¿No le gusté? ¿Perdió mi teléfono? ¿No se acuerda de mí? Si estuvimos casi todo el tiempo cara a cara y me sobó más que un panadero con la masa, conoce mejor mis tetas que mi ginecólogo. ¿Por qué le daré vueltas a la cabeza?, si no me llama, será porque no le apetece, más pierde él ¿donde va a encontrar una mujer como yo? Pues donde la va a encontrar, ¡ignorante!, en el mismo sitio que tú. Tendrá lista de espera de mujeres deseando  tener una cita para salir, cenar, follar, follar encima, debajo, delante, detrás… Cuánto daño nos están haciendo las revistas de mujeres con sus absurdos test y artículos de «comprueba si le has gustado en la primera cita», «cómo vestir para triunfar». No hay nada que diga, «si te lo follaste en una orgía, trucos para hacer que te vuelva a llamar». No quiero casarme con él, solo quiero disfrutar de su palanca de cambios y sus manos de panadero. Tampoco es mucho pedir.

Se nota que ha llegado la primavera que la sangre altera. A mí me altera el ánimo, me vuelve bipolar, me río, lloro, estoy apática y, sobre todo, salida. Se me pasó por la cabeza llamar a mi «amigo» llorón, por eso de las segundas oportunidades y tener un polvo de verdad, tras dos segundos  de duda desestimé la idea. Pensé en el informático del trabajo que me tira los tejos, pero después de tirármelo en el almacén entre braguitas y sujetadores  ha perdido el morbo, eso y que es un maldito cobarde que cuando oyó entrar a una clienta salió corriendo, me dejó a medias y en medias. Ahora llama todas las semanas por si el ordenador está bien y de vez en cuando se pasa por la tienda por si hay suerte y me pilla a la hora de cerrar sin moros en la costa.

Sin planes a la vista, el sábado me dediqué a beber martinis secos en casa (muy chic), a leer unas cuantas revistas de mujeres para aprender a vestir, maquillarme y seducir, y a mis juguetitos de plástico que nunca fallan, y que siempre están cuando les llamo. Cuanto daño me ha hecho «Sexo en NY» y el Cosmopolitan.

Gafapasta Jones


¿Qué hay peor que la primavera que la sangre altera? Los últimos días de los meses de primavera. La razón es simple: a la revolución hormonal por el comienzo de los calores se le unen la escasez de crédito para irse de putas, para emborracharse en sitios dignos y para dedicarse a cualquier actividad motivante que no sea el onanismo.

Esos días los ánimos están a flor de piel y yo, como cirujano plástico, lo noto más que nunca en mis disecciones diarias. Tómese por ejemplo el día de hoy: llego a la oficina y lo primero que me encuentro es a la secretaria montándoselo con uno de los comerciales sobre la fotocopiadora. ¡Normal que tenga tan poco trabajo! Si el que se supone que tenía que estar vendiendo prótesis mamarias se dedica a mamar de las prótesis ya implantadas el negocio se va a pique… para que luego digan que la razón de todos los males está en la empinada prima de riesgo. Después paso a la sala en la que trabajan la responsable de logística que en lugar de estar comprando la anestesia más barata que apruebe la OMS está buscando en Internet dildos para su perra que anda igual de salida que nuestra secretaria, y al director comercial, jefe del personaje que está disfrutando del polvo rápido en la otra sala, centrado en las promos, pero no en las nuestras, sino de los puticlubs de la próxima ciudad a la que tiene que ir para una conferencia. Y cuando ya creía que la peli porno se acababa, entro en mi consulta, mi reducto personal e inviolable, y me encuentro a mi puto compañero argentino y a su espeluznante hermano cepillándose a una de mis pacientes que quería hacerse una liposucción urgente y a la que han cambiado el diagnóstico por esta terapia de choque.

Así andamos. Sin dinero, sin novia y ahora también sin pacientes a los que rajar para sentirme realizado. Por consiguiente he optado por sacarle partido a la situación y con la tarjeta de crédito de la empresa que se le ha caído de la cartera a uno de los dos que estaba echando el polvo en la recepción me he ido a tomar un ron con cola a una terraza del bar de al lado a la espera de que se calmen los ánimos. Total, ya se sabe que en toda empresa que se precie existe una cuenta de gastos oculta… lo mismo hasta me animo y me ligo a la gafapasta de la mesa de al lado que está leyendo a la espeluznante Lucía Etxebarría con una tónica (¡sin ginebra ni nada!).

Román Tico Macarrón


Soy un 9 y como tal jamás me rebajaría a estar con una mujer que fuera menos que un 7. Salvo que vaya muy borracho, claro está.

Aquellos que seais cirujanos plásticos como yo, lo comprenderéis. Se llama pura y llanamente: fidelidad a los principios básicos de la belleza. Esta escala del 1 al 10 puede saltarse algunos escalones en función del dinero, de la experiencia en la cama o de los psicotrópicos, pero el final de esa historia está garantizado bien por fallecimiento prematuro (léase asesinato o muerte natural por una diferencia de edad de 70 años), bien por el cruce con una meretriz más experimentada o por disfunción eréctil debido al abuso de las drogas. Pero la esencia de la historia es que todos buscamos el amor follando.

En los hombres, como la cirujía nos da más bien pereza, lo que hacemos es inventar conceptos que enmarquen nuestra belleza en la escala correcta. Del «cuanto más oso más hermoso» se pasó al metrosexualismo, o lo que es lo mismo, el abuso de cremas y productos capilares apoyados por el auge del homosexualismo y David Beckham. Para corregir esta desviación, los más brutos popularizaron el ubersexualismo, o lo que viene a ser el retorno al oso, algo que benefició a aquellos a los que ni con todas las antiarrugas y depilaciones láseres del mundo tenían salvación alguna. Y ahora yo reivindico el megasexualismo, que viene a ser algo así como que «todas las chicas guapas necesitan de mi polla». De la mía ¿eh?, que hay mucho aprovechado por ahí y este concepto es mío.

En realidad no se trata de algo tan superficial, sino más bien de lo contrario, es algo bien profundo. Porque lo llevamos en los genes. Y es que si hay algo que comparten todos estos conceptos expuestos es que la monogamia está pasada de moda. El ser humano busca desesperadamente el amor, que nadie os diga lo contrario, pero hay tanto amor para dar que ceñirse a una sola persona resulta ridículo. Mirad a la Bella de Crepúsculo, que bien se tira a un vampiro como a un hombre lobo, o a la Katniss de los Juegos del Hambre, que tan pronto quiere rollo con un panadero como con un minero. Así que amadme, que yo os daré todo lo que está en mi… mano para haceros felices y luego ya, si eso, nos comemos las perdices.

Román Tico Macarrón


Acabo de cumplir 30 años. Lo sé, una edad jodida para un cirujano plástico porque es cuando tienes que empezar a autoaplicarte el botox bajo pena de que las pasas que vienen a tu consulta se vayan a la del encarchutado George Clooney de al lado. Pero eso no es lo peor, lo anterior se soluciona con unos pinchazos y una convalecencia de putas; lo verdaderamente trágico, que me ha obligado a molestaros con la apertura de este blog, es que también llega el momento en que algunas noches, en lugar de clavársela a la zorra que se ponga a tiro, te apetece más llorarle porque te sientes solo y desvalido.

Sí, he cumplido 30 tacos. Sí, mi novia me ha dejado por un argentino cretino que encima era compañero de trabajo. Sí, mi ropa es del siglo pasado. Y sí, para poder metértela antes debería hincharme de viagras porque en este estado de ánimo, lo único que se me levanta es el mal humor y una verborrea sin sentido.

Aún así, lo intento. Le abro la puerta de mi casa, le quito el sujetador con la experiencia que todavía tengo, abro la boca por eso de respetar en algo los preliminares que me importan un pepino… y va ella y me echa la raba como si me molara el sexo sucio. Y aunque ciertamente la golfa se fue por patas, a mí me dejó una agradable sensación de alivio. Principalmente porque me di cuenta que no era el único que se encontraba en una mala racha, pero también, y no me avergüenza reconocerlo lo más mínimo, porque la situación me puso más cachondo que un burro.

Después de aquello, compré un montón de ropa nueva (sobre todo calzones de marca de los más ajustados), abrí un perfil en una red de contactos y ahora solo acepto citas en las que me dejen practicar indecencias que me impidan acordarme de todo aquello que quería tener a los 30. Quizá por eso miento y digo que solo tengo 25… para algo tenía que servir el botox.

Román Tico Macarrón